UNA BELLA HISTORIA DE AMOR


El viejo Krauft no comenzaría a escribir sus memorias hasta que Carla se hubiera marchado, esta vez definitivamente. La esperaba desde hacía días, pero ella quiso presentarse de improviso porque recordaba que le gustaban las sorpresas, aunque para ella, desde que le escribió anunciándole que deseaba volver a verle después de tanto tiempo, en su subconsciente estalló de nuevo el ritmo tempestuoso y frenético que siempre guió sus relaciones con aquel hombre de ciencia, cuya controvertida fama superó todos los límites de la conflictividad. Cuando la Revolución de Mayo tocó su fin y se cerró el ciclo eclipsando a sus héroes en el anonimato urbano (en otras épocas serían devorados a sangre y hierro, pero no en las Edades de la Democracia), aquella mujer de fuegos ilimitados sintió la necesidad de volver a abrazar a su maestro, aunque fuera por última vez.

Como todos los días, al volver de dar la clase de historia, que los vecinos del pequeño pueblecito suizo de Caux habían gentilmente organizado en los últimos tiempos para proporcionarle un mínimo sustento, el anciano filósofo se quedó apostado un buen rato en la barandilla de madera de su balcón, para contemplar  el difuso lienzo de brumas plomizas que sublimaba en un mismo perfil incorpóreo la silueta del lago Leman y sus crestas colindantes, sorprendiéndole como cada tarde aquella sensación de inmovilidad que embargaba permanentemente al país de todos los exilios, esa reserva artificial del planeta donde nunca podía pasar nada.

De pronto recordó que había olvidado cerrar la llave de la gasolina de su destartalado velomotor, sin cuya precaución le sería imposible arrancarlo a la mañana siguiente, y bajó a la calle. Y al hacerlo le asaltó la sensación de que a cada peldaño sus pasos se iban haciendo más briosos hasta que al cruzar el umbral una potente bocanada de aire templado le retornó sus ardores pasados. Tuvo que respirar hondo y abrir sus ojos desmesuradamente para extasiar la mirada hacia ninguna parte, porque aquel golpe de vitalidad le había devuelto en un instante, cual Magdalena de Proust, todas las imágenes de aquellos días turbulentos vividos en Paris con Carla. Miró luego hacia la carretera, pero aun tardaría unos minutos en escucharse el ronroneo del taxi. La oleada de calor le hizo humedecer sus cansadas pupilas y levantar sus sentidos como un amenazante geiser a punto de emerger a 1a superficie, rompiendo la dura costra de sequedad y olvido. No tuvo ninguna duda de que aquella súbita onda de calor no era otra cosa que su amada acercándose por algún punto de la estrecha carretera vecinal. Lo supo, aunque no le hubiera anunciado su visita. La naturaleza pasional de algunas mujeres sigue alimentando el planeta desde tiempo inmemorial para que no acabe seco como la Luna. Tuvo que llevarse la mano al pecho como tratando de evitar que los repentinos latidos desbocados de su corazón fueran a romper su ya frágil caja torácica.

Entonces apareció el taxi por curva. No la distinguió hasta que estuvo a pocos metros y el taxi parado suavemente. Ella se desplazó con rapidez sobre el asiento para salir por la portezuela, y bajó sin pensar en coger la bolsa o pagar al conductor. Pero no corrió enseguida hacia él, se demoró unos instantes mirándole fijamente. Se había hecho una poderosa y extraordinaria hembra de 35 años; habían pasado 20. Krauft se vio desfallecer de emoción. Sus manos temblaban; no podía moverse. Pero ella lo hizo por él, al cabo de unos instantes más, lanzándose a todo correr a abrazarle.

–  Pequeña… –  murmuró el viejo sin poder contenerse, y luego cerró los ojos y la abrazó también, y se relajó para dejarse embriagar por el desbordante calor que emanaba de aquel cuerpo, hasta perder el mundo de vista, que era lo que más le gustaba, perderse dentro de la mujer. Ella apenas logró tranquilizar su respiración. Pasaron varios minutos inmóviles, bebiendo hasta drogarse con el fortísimo licor de sus recuerdos que se apelotonaban a golpes y trompicones con inusitada vehemencia. Por fin Carla lanzó un largo suspiro:

 – Voy a pagar y recoger la bolsa.

Krauft abrió los ojos y la contemplo, permitiéndose una sonrisa en su interior, al comprobar cómo se habían desarrollado aquellas formas que conocía tan bien. Respiró hondo igualmente, pero ni remotamente para ahuyentar aquellos recuerdos. Al poco ella se plantó frente a él, sonrió maliciosamente, dejó la bolsa en el suelo y exclamó despacio:

– Hola, viejo amigo

– Lo de viejo también es cierto en ambos sentidos. – coronó con una sonrisa de niño travieso

Entonces Carla lo abrazó de nuevo pero esta vez aplicando sus labios a los suyos despacio, suavemente. Luego se retiró a mirarle de nuevo:

– Es posible lo de viejo, pero sigues siendo tú. No hay duda… Ya estoy aquí otra vez,

– Sí… Eso también tenía que suceder. ¿Entramos?

– Claro.

Subieron las escaleras cogidos por el talle. Carla entró primero y quedó mirando por unos instantes la sencilla y pequeña habitación donde su viejo maestro había pasado los últimos 20 años de exilio. Ordenada, limpia, acogedora, repleta de tratados de ocultismo y astrología, algunos objetos rituales, cuadros con alguna pintura simbólica, tablas astronómicas, un mándala, una cafetera, una minúscula cocina adosada a la pared que daba la impresión de ser poco utilizada, y sobre todo grandes ventanales al exterior… Sintió como algo poderoso tiraba otra vez de sus entrañas hacia un remoto centro magnético oculto en las profundidades de la tierra. Un vacío atávico se abría de nuevo ante ella, y volvió a ver aquella imagen de sus inquietos quince años ser poseídos por  una fuerza brutal y arrolladora, y otra vez se estremeció con aquella vibración que la empujó entonces a demoler mundos y sacudir comodidades, a desobedecer órdenes y cuestionar bienestares. Se volvió hacia él.

– Me quedare contigo. No quiero volver a marcharme

– Sigues teniendo el mismo fuego abrasador, todo coraje, ocurra lo que ocurra.

– Quiero quedarme contigo. – repitió esta vez balbuceando.

– Hablaremos de eso más tarde, de momento necesitas un café, descansar del viaje, dormir un, poco. . .

– Quiero desnudarme, Edgar. Quiero que me veas desnuda.

– Ay, pequeña, han pasado 20 años y no en balde. Ya no soy el mismo.

– Déjame desnudarme. – repitió.

Krauft se sentó despacio. Siempre tuvo el corazón fuerte, pero dudaba de que a sus 70 años pudiera resistir la enorme vitalidad de su antigua compañera; la cosa mas maravillosa que pudo ocurrirle y ocurrir a mortal alguno.

– Carla… –  empezó para dotar de la conveniente moderación al encuentro. Pero ella no le dejo continuar.

– Muchas veces en estos años me he estremecido al recordar cómo te seduje, o logre que me sedujeras, cuando apenas había besado a un chico y mucho menos…  Me pasa algo parecido ahora. Es algo que supera todo mi ser. Hay algo en ti que viene de otra dimensión y que me trastorna. ¿Sabes? – Se sentó por fin – fin – He tenido amantes durante estos años, ni muchos ni pocos. Pero contigo ya fui todo lo lejos que podía ir, recorrimos juntos el camino hasta sus confines y por tanto todo lo demás ha sido pura repetición

– Por eso ahora… – iba a indicar el anciano.

– Ahora es encontrarte de nuevo y reconocerte, terminar el ciclo. ¿Recuerdas lo que me enseñaste sobre los ciclos del Mándala del universo?: Esto es completar el nuestro. Es saber que eres tú y tomar  conciencia total de cómo transformaste mi vida y de cómo yo transformé la tuya… Vaya problemas tuvimos por ello – rió – pero bienvenidos. Lo volvería a hacer.

– Yo también  pequeña.

– Por favor deja que me desnude y te muestre como ha cambiado mi cuerpo, luego te desnudas tú y nos meternos en la cama. No sé lo que puede ocurrir, pero por favor…

– Si no tuve valor entonces para evitar que transformaras mi vida, afortunadamente, tampoco voy a tenerlo ahora para evitar que perturbes mi tranquilidad. Bienvenida sea otra vez tu convulsión – añadió explotándole un timbre de vehemencia en los labios – y tu fuego abrasador… Lo que llegamos a romper entonces. Desnúdate Carla y muéstrame como ha madurado tu cuerpo… Yo te mostraré como ha envejecido y se ha estropeado el mío.

– No te desnudes aún yo lo haré después.

Se levantó y se plantó frente a él con aquella expresión, que Krauft conocía tan bien, de estar absolutamente decidida a todo, desde lo más obvio a lo más trascendental que se le fue formando a lo largo de los últimos tiempos, añadiendo en ese momento una sonrisa ritual, y comenzó a desabrocharse la blusa. Krauf t se recostó y se relajó dispuesto a que su cuerpo experimentara lo que fuera y mostró una sonrisa pícara cuando Carla se soltó el sujetador al comprobar que se habían aflojado aquellos increíbles senos que tanto lo turbaron antaño y que Carla aprendió a utilizar con tanta maestría para seducirle. Ella le contestó con una sonrisa de disculpa por aquella erosión contra su voluntad. Sin embargo seguían desafiantes apuntando hacia arriba. Todo en Carla era desafiante, desde el día en que conoció a Krauft y le inquietó su penetrante mirada de águila. Terminó de desnudarse por completo y se plantó en jarras:

– No quiero  marcharme esta vez. –  Krauft respiró hondo.

– ¿Quieres café?

– Bueno…

El se levantó y fue a la cocina, mientras ella se volvía para seguirle con la mirada, preguntándose si el viejo alquimista abrigaba algún rencor contra ella por haberlo abandonado en plena lucha contra sus semejantes precisamente por ella. Pero recordó que fue él quien la empujó al mundo, quién la convenci6 de que su puesto estaba en primera línea de fuego, en lugar de quedarse a cuidado de un honrado padre de familia que dejó de serlo y que iba a ser aplastado por los convencionalismos sociales de siempre. Ella no hizo más que obedecer: como siempre siguió sus consejos. Y fueron acertados, porque se convirtió en una laureada heroína de la revolución de Mayo. ¿Qué pasaba por la mente del viejo ocultista? Se preguntó inútilmente una vez más, antes de volverse hacia la bolsa para sacar sus cosas. Buscó también el minúsculo cuarto de baño para dejar sus enseres de lavado, el resto sobre la cama. Krauft salió con las tazas, le ofreció una y bebió, pero ella se quedó inmóvil unos minutos, esperando que la proximidad de su cuerpo, el calor de su piel, sus vibraciones lo hicieran reaccionar. Él sonrió permitiéndose una mirada de admiración de arriba abajo:

– Después de lo que dicen que le he hecho a mi familia y a mi país, y a no sé quien más, encima el destino me concede este premio.

– Qué menos – corroboró ella, pero preguntó enseguida – ¿No has vuelto a ver a Silvia y a los niños?

– Ella no quiso ni oír hablar de mí, lo cual no debió de haberle sido tan difícil. Supe que se casó otra vez. En cuanto a los chavales… Sí, volví a ver a Sarah, ella es combativa como tú, pero adora y necesita a su madre, y en el fondo, aunque también me adora, nunca me perdonará. Es demasiado frontal, unidimensional. Mark y Jonás son hombres de la generación de hoy, permanentemente indecisos entre el antiguo machismo y esa moderna inclinación a convertirse en perritos falderos del consumismo dejándose tratar como hombres-objeto por la publicidad, al igual que 1as mujeres, pero aceptando a su vez seguir desempeñando el clásico papel de duros y empecinaos ejecutivos. Los adoro a todos, incluso a Sylvia. Adoro su apasionada forma de no entender en absoluto la revolución y su apasionado miedo a la existencia. Supongo que llevan ahora una vida tranquila de personas-objeto, obedientes consumidores. Mejor para ellos, eso evita problemas.

Krauft se cortó, no por fatigarle el largo y repentino discurso, si no por temer que estaría aburriendo a una mujer como Carla. Pero ella le invitó a seguir:

– Yo también me he despachado a gusto, aunque yo no tenía una posición como la tuya, yo no era asesor del Presidente, ni miembro de la Academia de Ciencias, ni profesor… en Harward, ni…

– Todos eso son espejismos.- terminó el.  

– Pero me he esforzado por sacudir a más de uno… o por lo menos lo hemos lo intentado, ¿no?.

– Sí, ya sé que lo de Mayo en París no salió bien. Tres días a la semana puedo costearme el Journal de Genève. Es una lástima, pero no ha sido posible la revolución, tal vez más adelante… como dijo Trotsky, “la Revolución o es permanente o no es”.

– ¡Si fue posible! – gritó crispándose – ¡Pudo ser posible!… Estuvo punto de conseguirse. Faltó muy poco.

– Lo sé, tranquilízate. Ahora ya ha pasado… Todo pasa, a fin de cuentas.

– Incluso lo tuyo – gimió Carla – ¿No te han molestado más?

– No: Cuando uno se exilia en Suiza significa que admite su derrota, y a mi edad, se supone que ya no le quedan fuerzas para seguir combatiendo. Por tanto me dejaron en paz.

– ¡Pero sí tienes fuerzas aun! ¡Debes desmentir al mundo lo que han llegado a decir de ti!… Que eras un sátiro, un degenerado pervertidor de jovencitas. Debes desenmascares…

– No hay nada a desenmascarar ni nadie a quien denunciar, esos comentarios son simple producto de su interpretación. No les culpo. No podían entender que a los 50 años encontré lo que estuve buscando desde niño, me enamoré perdidamente y rompí con todos y con todo por ese motivo. Bueno, en realidad con todos los que se obstinaron en no entender… ¿Sabes? Mi discípulo Howard Lehrner me ha estado visitando. El también estuvo enamorado de ti. Todos se enamoraron de tí. Y eso me hacía sentir aún más feliz. . .

– ¡Pero solamente exististe tú, maestro!

– Eso también lo sé. Lo supe con certeza entonces y por eso lo eché todo a rodar: – Hizo un gesto evasivo con la mano – Al Presidente, a la Academia, a las empresas, a mi esposa, a todo el mundo que se empeñó en impedirme que viviera mi destino.

– ¿.Entonces? – inquirió Carla inclinándose un poco hacia adelante. – ¿Porque me dejaste marchar cuando el movimiento estudiantil me atrajo para sí? Hubiera bastado una palabra tuya…

– Tú también tenías que cumplir tu destino. Habríamos llegado al fondo. Y el amor es enemigo del tiempo y aborrece la costumnare y las comodidades. El amor es pasión, es fuego, es llamarada, e insulta la tranquilidad y da la espalda al bienestar y al miedo. Tú y yo nunca nos pusimos una sola barrera. Mientras fuéramos tú y yo todo estaba permitido, y juntos fuimos puertas y umbrales, y a cada acto de sabotaje, a cada dinamización que e ejecutábamos íbamos ganando un gramo más de libertad. Es lo que cuenta. No hemos retrocedido nunca, ¿verdad?

– No – respondió ella casi con rabia.

– Eso es por eso debías volver, para estar juntos una vez mas. Pero luego deberás Marcharte.

– ¿Por qué? – protestó ella, dando un paso dispuesta a abrazarlo apasionadamente.

– Por tu libertad y la mía. La tuya de evitar encadenarte a un viejo que se prepara para morir. Y la mía porque no podría soportar que me cuidaras en los últimos momentos, no resistiría en que estuvieras aquí cuando me termine.  Es el último orgullo que voy a permitirme.  Enfrentarme a esa vieja compañera solo y con cariño, a fin de cuentas nos hemos ido conociendo, ella y yo, cada vez mejor con el paso de los años.

– ¡Pero yo deseo estar contigo! No tengo nada que hacer ahí afuera. La revolución ya no es posible. La nuestra es la última generación de radicales iconoclastas. A partir de ahora van a obedecer como corderos, aunque se disfracen de guerreros. Se drogarán, follarán como locos hambrientos si poner el corazón, y creerán lo que les digan gurús pretendidamente indos pagados por los gobiernos. Todo va a ser dirigido por los poderes transnacionales hasta la destrucción. Necesito quedarme aquí.

– ¿Miedo?

Carla bajó la cabeza y Krauft se permitió dejar que sus sentidos se exaltasen contemplando la postura rabiosamente erótica que adoptaba involuntariamente su cuerpo, en especial sus amplias caderas, sentada de medio lado sobre la cama, los codos apoyados sobre 1as rodillas, los senos tocando 1as pantorrillas, el cabello en desorden cubriéndole la cara. El viejo dejo que los rescoldos de su libido trataran de romper las cristalizadas telas de araña que se habían ido acumulando con los años de inactividad y decrepitud senil. Continuó:

– No te está permitido – dijo por fin – que el miedo te venza hasta el punto de desear exi1iarte. Tienes aun mucho que dar a la humanidad, y si no es posible terminar con la corrupción te queda siempre consolar a sus víctimas. Además, recuerda que la única revolución posible es la que se libra en uno mismo, las otras son puro acontecer y evolución social. La única transformación verdadera es 1a que se va operando  en ti  a lo largo de toda tu vida y por tanto solo termina con la muerte, el último gran acto de creación.

– Edgar’… – murmuró inmóvi1. – Estoy agotada.

– No me convencerás… – en esto se levantó y fue a sentarse a su lado y la rodeó los hombro con su brazo. – mi pequeña. Te has hecho una mujer extraordinaria y yo no sé qué favor debí hacerle a esa Divinidad que tanto he insultado para que me otorgara semejante premio. Pero las cosas han de seguir su curso y tú no puedes consumir tu fuego cuidando a un viejo.

– Pero tú me necesitas. – exclamó apoyando la cabeza en su pecho y las manos en sus rodillas.

– No. Yo te adoro, que es muy distinto, porque te adoro en libertad, sin cadenas. Y tú debes hacer lo mismo… Espera, voy a poner uno de tus discos que conseguí llevarme el día en que vino a detenerme la policía.

Fue hacia el armario y cogió un disco que parecía a punto de ser escuchado a diario. Era un viejo L.P. de Edith Piaf, cuya voz desgarradora empezó a sonar en la pequeña habitación.

– ¡Edgar’…! – salto  hacia el – Por favor denúdate y metámonos en la cama. Por favor.

 Sonaba la voz del “ruiseñor de Montmartre” clamando: «Une belle histoire d’amour…» mientras ambos se abrazaban dulcémele bajo las sabanas, besándose con suavidad y sin prisas antes de realizar una larga y profunda cópula, como los amantes de la leyenda que funden sus cuerpos después de haber salvado todas  as barreras y las trampas que la 1ey de los hombres infringe, y haber ascendido al mismo estado de los dioses.

Juan Trigo

Genève, Otoño de 1988

CONTINUACIÓN

13 comentarios el “UNA BELLA HISTORIA DE AMOR

  1. Gracias a todos por darme vuestro abrazo y comunión. Escribí esta historia hace 23 años, tenía 43, y aún la siento profundamente aunque mi vida haya ido por otros derroteros muy distintos, pero no el alma.

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  3. En lo que me encuentro hoy, no me sirve de mucho, ya que, el amor que yo senti hacia alguien, se desplomo.. Como matan los sentimientos las acciones de otros. Pero de todas formas, envolvente lectura.

  4. Lo que tu sentiste sigue vivo en ti, porque esres tu ¿Que importa el agravio del tiempo o el de los demás? Es su agravio y deja que se desplome para el que lo hizo desplomar, no para tí

  5. Creo que habría que inventar otra palabra para estos sentimientos.. La dicha no es sólo haber sentido esa comunión, sino saber no «engancharse» a ella. Ese es el verdadero amor.