DIÁLOGOS CON LA BESTIA


San Jorge y el Dragón

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El arquetipo del caballero luchando contra el dragón es universal en culturas que van desde la antigua Persia a Europa, pero hay que tener en cuenta que en el simbolismo precristiano el caballero no mata al dragón atravesando su cabeza con la lanza, sino que simplemente lo domina, lo mantiene vivo para que la lucha dure tanto como su propia vida, y de eso modo él se hace más fuerte y más sabio a cada duelo con su doble oscuro.

En algunas escuelas de sufismo se admite abiertamente que no es posible conseguir la extinción total del Ego, y por el contrario se advierte que no solamente no es necesaria sino que la confrontación constante con el verdadero enemigo del ser humano es conveniente para mantenerlo alerta y vigilante de su propio desarrollo para pasar de humanoide a humano. Es lo que algunos maestros yoguis llaman la meditación permanente, compuesta de la alerta constante y su fruto más inmediato, la toma de conciencia permanente.

El cuento “Una historia de Amor” podría tener muchas continuaciones, tantas como a cada lector le hagan falta. Por ejemplo, una de ellas podría ser la transcripción de algunos de los diálogos de viejo Edgar Krauft con su bestia, que podrían tener esta forma:

–       ¿Y ahora qué vas a hacer viejo? – oye susurrar a la bestia en su interior – ¿No te gustaba la tranquilidad que habías conseguido después de tantos años de enfrentarte al repudio social? Más o menos habías conseguido llevar una vida ordenada, placida y sin sobresaltos, y ahora acabas de dejar entrar en tu vida a esta mujer que sabes que te lo va a trastocar absolutamente todo?

–       Mmmm… Vaya, vaya – dice Edgar en voz alta en un momento que se asegura que Carla no puede oírle – ¿Dónde estabas amigo? Hacía rato que no oía tus rugidos del averno ni se me irritaba la nariz por el azufre de mis infiernos.

–       No te desvíes del tema …

–       No lo hago, amigo, lo estoy centrando. Cuando Carla apareció bajando del taxi no tuviste otra opción que retirarte a tus calabozos, porque el encuentro era demasiado hermoso para que pudieras influir en mi ánimo. ¿Y ahora qué? ¿Piensas que me he olvidado de ti? ¿Crees que no se qué sigues ahí, agazapado a punto de dar el zarpazo?

–       No contestas a mi pregunta. ¿vas a permitir que esa mujer altere tu tranquilidad?

–       Te contestaré con otra pregunta, a la manera de los grandes maestros sufís: ¿Recuerdas si en mi larga vida haya habido alguna mujer que me ame como ella?… – silencio en los infiernos – ¿Qué pasa? ¿No tienes respuesta a esa sencilla pregunta?

En otro momento el ataque de la bestia podría tener la forma:

–       ¿Hasta cuando crees que una mujer como ella – vuelven a sonarlos goznes de las mazmorras – estará dispuesta a las limitaciones de un viejo como tu? Ella necesita un tipo potente y joven…

–       ¿No crees que eso lo ha de decir ella?

–       Y cuando ya no la satisfagas, ¿qué vas a hacer, echarte a llorar?

–       Probablemente. Pero, ¿sabes? Ni tú, que solo eres producto de los miedos injertados en la educación, la cultura y las religiones, eres eterno. Todo lo existente no es más que una probabilidad de encontrar un proceso de cambio en algún lugar del espacio. Por tanto yo vivo aquí y ahora, porque el futuro es pura especulación. Y te aseguro que en mi larga vida jamás había experimentado unas relaciones tan intensas, directas y transparentes, ausentes de eso tan estúpido que se llama el arte de la seducción, o lo todavía más mediocre, que se llama la diplomacia. Los dos sabemos muy bien quiénes somos y con qué tipo de bestias hemos de luchar a cada instante… – silencio en los desfiladeros oscuros – ¿Qué, ya te retiras? ¿No tienes nada que decir? Sabes que estoy en lo cierto, ¿verdad? Carla no es una princesa indefensa sino una Atenea furiosa con la que te sientes impotente. Pero no te retires, esto es muy divertido. No me conocías esa faceta, ¿verdad?; la de reírme de mis miedos ante mis propias narices. Todo es cuestión de práctica. Hay que empezar por reírse de las manías, de las tonterías, de las necesidades de disimulo, de huida, etc., para llegar a reírse de los miedos inculcados.

O, en otra ocasión, al cabo de unos instantes o de varios días:

–       ¿Ves ya está arreglando las cosas que tu tenías ordenadas? ¿Vas a permitirlo? ¿Vas a permitir que una mujer ordene tu vida?

–       Pues sí, porque me está haciendo un favor. Probablemente me costará mucho menos encontrar lo que busco en cada momento.

–       ¿Una anarquista desordenada como ella?

–       ¿En qué quedamos, ordena o desordena?

–       Ya sabes a lo que me refiero.

–       ¿A sí? Vaya.

–        ¿Te has Fijado en su cuerpo? Hay mujeres de cuarenta años que están mucho mejor.

–       ¿Te has fijado en el mío? … ¡Cállate de una vez! Eres grotesco, das lástima.

–       Exacto, viejo… damos lastima. ¿Adónde nos ha llevado nuestra estupidez? Obedecer miedos culturales, familiares, sociales; miedos que no eran nuestros…

–       Por eso los asumimos con tanta intensidad, amigo, mío, porque no eran nuestros. Al niño recién nacido y en sus pocos años de iniciar la vida le sorprendieron tanto las insistentes consignas a obedecer al miedo de sus padres, correa de transmisión de religiones y pautas de conducta sociales, que no tuvo más remedio que obedecerlas y hacerlas suyas.

–       Ojalá pudiéramos volver atrás…

–       Oh, no, eso no, tampoco me engañarás con eso, porque también es un arquetipo más de nuestra sociedad terrorista; sabes que no podemos volver atrás, y lo que pretendes es que me hunda en autolamentaciones y victimismos. Es la herencia psicosomática de nuestra sociedad juedo-cristiana: culparnos del martirio de Cristo y del pecado de Adán, ante ninguna de ambas leyendas podemos actuar sino sentirnos encadenados a ese ilusorio complejo de culpa.

–       ¿Entonces qué, necio pecador?

–       ¿Entonces? Oh, te has vuelto muy simple, has perdido muchas facultades de automanipulación con las que te entrenó la cultura. ¿Entonces? Muy simple, entonces el futuro.

–       ¡Oh, sí, esa monserga de olvidar lo que has aprendido y devolver lo que te han inculcado!

–       Bien, muy bien, veo que vas progresando. Al final acabarás pensando por ti mismo…

–       ¿Y quién soy yo, sino producto de lo que me han inculcado?

–       Exacto, ese eres tu, pero piensa que antes de que tu aparecieras, aunque fuera por unos instantes, nací yo, libre y autosuficiente, como todos los animales de la creación. Y piensa que tú eres solo el producto de una reacción colectiva a permitir que yo sea lo que soy, libre y autosuficiente. Una reacción colectiva que va durando varios milenios.

–       ¿Entonces? ¿Por qué crees que vas a librarte de esa carga mundial?

–       Precisamente porque puedo tener este diálogo contigo y aprender de mi mismo con ello.

La lucha no termina, es constante, día a día, hora a hora, segundo a segundo. El acero se forja a fuego y golpes. Alerta en cada instante; meditación permanente. No hay tregua ni descanso; a eso hemos venido y para eso estamos aquí.

Juan Trigo

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